Queridos Reyes Magos.
Confiaba en que valorarais lo bien que me he portado. Que no digo yo que no tenga mis días, esos que no me aguanto ni yo, que estoy del revés y las hago del revés, pero vamos, que en líneas generales, he estado ahí, con mucha ilusión y con esfuerzo, que yo soy de esforzarme mucho, tanto que me tengo que recordar de vez en cuando, que no todo es una lucha, que a veces hay que dejarlo estar, no luchar, ceder, no remar, esperar y ya.
El caso es que algún regalo me esperaba yo, aún rebajando expectativas, que eso también se me da bien, digo, lo de esperarme poco de todo, no hacerme ilusiones, ponerme en lo peor y esas cosas que hacemos las que convivimos con ciertas dosis de ansiedad...
Pues eso, que teniendo en cuenta vuestra bondad de la que tanto se habla, el buen hacer y generosidad, pensé... Algo me traeréis .
Y vaya!!
Me he despertado esta mañana muy temprano porque oye... Quién no está nerviosa un día como hoy, impaciente, deseando saltar de la cama, para asomarse con los ojos muy abiertos a ver qué ha pasado durante las horas de sueño...
Y ya al posar los pies en el piso, veo una piña junto a la cama. Una piña de las que adornan el árbol de Navidad de mi casa, porque es un árbol sin bolas de colores, ni cintas doradas, solo piñas y más piñas de distintos tamaños, abiertas y cerradas, recogidas y escogidas, iluminadas en plata, y con un hilito que las sujeta. Y ahí estaba, a los pies de mi cama, ni idea de como llegó allí. Y la recojo, y salgo del cuarto y allí otro rastro y otro y una hilera de piñas que sigo hasta el árbol que me encuentro desvestido, desnudo, y sin piñas, que me llevan hacia la calle, y las sigo y atravieso el jardín, y me ladra Nelo, el pequeño perro de mis vecinos y sigo caminando y ya estoy pisando la senda entre árboles que empieza a ascender, y que conozco tan bien como si fuera el patio de mi casa.
A estas alturas me doy cuenta que estoy en plena montaña con mi pijama de estrellas polares, que tendría que haber cogido algo de abrigo y que mi árbol de Navidad no tenía tantas piñas...
El rastro sigue aunque en realidad ya no lo necesito, se a donde me lleva. Y empiezo a entender.
Hay una piedra en una montaña, en la que me siento y puedo ver desde lo alto nuestra casita allá abajo, el pueblo rodeado de laderas verdes y al fondo el mar. Es una piedra lisa que te recoge al sol y te protege del viento, una piedra hecha para atrapar el momento y sus posibilidades.
Y ahí, en la montaña y agradecida del sol del invierno, he recibido mi regalo.
Todas las posibilidades.
La incertidumbre puede ser tan aterradora como maravillosa, con su "quizá" y sus "tal vez". En ellos se prenden cada uno de los recuerdos más inesperados y felices que he vivido. De la posibilidad infinita e incierta.
Tan impredecible como que hoy volviera a casa en pijama y cargada con tantas piñas.
Y aquí estoy, tarareando la canción "una posibilidad existe...", mientras desenvuelvo con todo cuidado este día y todas sus posibilidades... "de que amanezcas conmigo, y los cañones se oxiden".
Así que, gracias sabios, magos de Oriente por los nuevos días, la incertidumbre y la posibilidad.
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