Que sí, que los muros existen.
Reales, ciertos, concretados en coordenadas del espacio-tiempo. En cada vida, y en cualquier vida que imagines.
Desplegados, levantados, forjados, rotundos, inmisericordes sin más, sin porqué. Hechos de piedra lisa, hormigón y alambre, de enfermedad y duelo, de la extenuación de la arena en la dunas, de abandono y olvido, de pensamientos y graffitis, de vacío, de control, de absolutos y creencias, de hielo y emociones ocultas, de cristales rotos, de distancia y glaciares de siglos, de sombras, escombros, pérdida, apegos y desapegos, muros hechos para cada vida, a medida y tan desmedidos, únicos, irreversibles, sin opción de canjes ni demoras, muros que ya en su descripción se antojan inabarcables.
Muros inadvertidos que nos sobresaltan, muros reforzándose en lugares recónditos o muros sopesados y temidos, erguidos detrás de unos árboles, al doblar la esquina, en el kilómetro 30 de un maratón que ya creías tuyo y al cumplir los 40, cuando crecemos sin saber hacia dónde, en la flor de la vida, cuando “no toca”, en la bajada por senda donde asegurábamos volar, cuando dejaste y cuando te dejaron, en el segmento ciclista del ironman soñado y en un inesperado diagnóstico a los 50, frente a una pared extra-plomada y cuando llegaron los hijos, o cuando no llegaron o cuando se fueron… en el kilómetro 38 una carrera, cuando tuviste que despedirte y cuando no pudiste hacerlo, en el último largo de una vía de escalada, en cualquier momento en que te rompiste, ahí está, tu muro, sin ningún aviso.
Tan reales.
Te cambian el paso.
Te bloquean y paralizan.
Quieres retroceder y replegarte, batirte en retirada más allá de cualquier camino, a un círculo mágico de protección, a un origen seguro, a un útero materno, a un lugar en el que descansar abrazándote, donde mecerte entre nanas y dejar que el tiempo y el mundo pasen sin tocarte.
Pero no existen caminos de ida y vuelta. Y la vida te impulsa y te exige avanzar.
¿Cómo continuar en los límites del desánimo, el agotamiento o la desesperanza?
En los muros se aprende. A cambiar el ritmo, a abrir vías en paredes que parecían imposibles, a mirarnos dentro, descubrirnos, conocernos, a probar fijaciones, descubrir ventajas en las grietas, a convencernos de dar solo un paso más, a descontar metros en vez de kilómetros, a buscar nuevos anclajes, y ampliar la cordada.
En los muros se aprende, que la vida continúa y en ella seguiremos, plantando cara, aprendiendo a progresar de otras maneras, en nuevo terreno.
En los muros aprendemos que la carrera continúa con avituallamientos y arco de meta pero, ya nunca será la misma carrera.
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