Has sentido alguna vez ansiedad. Es incómodo, ¿verdad? Si además interfiere en tu vida, en tu ocio o tu profesión, se convierte en algo difícil de obviar.
La ansiedad no es ninguna desconocida para los deportistas. Al fin y al cabo, el deporte, ya sea practicado a nivel profesional o como afición, supone un reto, ponernos frente a nuestros miedos, límites y expectativas. Puede conllevar riesgos, golpes, caídas, lesiones… Y eso genera ansiedad. Y es normal y necesaria en cierta medida, eso que llamamos los “nervios buenos”.
El problema llega cuando esa ansiedad nos desborda, interfiere y afecta a nuestro rendimiento, la percibimos en sí misma como una amenaza y caemos en un círculo alimentado por el miedo a sentir ansiedad y la frustración por la incapacidad que nos provoca. Llega de la forma más inesperada, a cualquier edad, en cualquier momento, aquello que nos resultaba fácil de ejecutar, ahora nos parece imposible y nos sentimos bloqueados.
¿Qué haces cuando tienes ansiedad?
Los deportistas somos expertos en esforzarnos más. De la experiencia hemos aprendido que el esfuerzo es la base de la mejora y el rendimiento y hemos desarrollado una voluntad férrea para llevarlo a cabo.
Por eso, cuando la ansiedad comienza a afectar al rendimiento, decidimos esforzarnos más, entrenar más y controlar por todos los medios los síntomas de ansiedad.
Lo que ocurre es que entonces, perdemos eso tan preciado en el deporte que es el flow, la sensación de fluir, cuando los movimientos aparecen por sí solos, interiorizados, tan aprendidos y practicados que se ejecutan por nuestro cerebro sin ser conscientes de ellos.
Ese flow es el estado de máximo rendimiento.
La ansiedad excesiva y la necesidad de un control sobre sus síntomas, pone el foco de nuestra atención en cada pensamiento, síntoma y movimiento, lo que nos entorpece para que lo que tantas veces hemos entrenado, se muestre en todo su potencial. Comienza un lucha contra nosotros mismos, entre el esfuerzo por hacer lo que hemos aprendido y entrenado y nuestro cerebro que trata de protegernos de lo que considera un peligro inminente.
Nos encontramos en una espiral de ansiedad, frustración y más ansiedad.
Y entonces, ¿qué podemos hacer?
La Psicología del Deporte enseña la práctica de técnicas de relajación, concentración, auto-instrucciones, pensamiento positivo, etc… Sin embargo, la ansiedad que interfiere en el rendimiento, suele estar sustentada en algo más profundo, que no tiene por qué referirse al presente, ni tener relación con la actividad actual y de lo que seguramente ni si quiera somos conscientes: una caída cuando éramos niños, aquellas palabras que nos dijo un profesor, cuando un entrenador nos descartó de un partido, una lesión, una intervención quirúrgica, la presión del entorno, la incomprensión…, todo ello pueden suponer según la percepción de la persona, un trauma físico o emocional que no se ha procesado totalmente. Quizá ni nos acordemos de ello ni lo relacionemos con lo que nos pasa actualmente, pero el cuerpo sí lo recuerda.
El cuerpo tiene memoria.
El trabajo de un Psicólogo/a Deportivo, es ayudar a la persona a encontrar esos traumas, esa memoria del cuerpo que recuerda miedos anteriores que se manifiestan hoy, e integrarlos en el aprendizaje para que los mecanismos de supervivencia comprendan que no representan ya un peligro y no interfieran en el presente.
El entrenamiento mental y la terapia psicológica pueden ayudarte.
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