Con bastante frecuencia asociamos agresividad con deporte. Y las conductas agresivas se convierten en noticia y tema recurrente en el deporte.
Para muchos deportistas la agresividad puede convertirse en un obstáculo que afecte a sus carreras deportivas, su imagen, relaciones y su bienestar emocional.
Pero,
¿Qué es la agresividad? ¿Es lo mismo agresividad que agresión? ¿Cuál es su relación con el deporte y el rendimiento? ¿Es la agresividad un factor necesario para alcanzar el éxito deportivo?
La agresividad está estrechamente relacionada con los mecanismos del miedo y la respuesta de "lucha o huida" de nuestro sistema de supervivencia evolutivamente adaptativo. Se relaciona con emociones como el miedo y el enfado y en la base fisiológica está la activación del sistema nervioso, resultando una tendencia a actuar de manera intensa o enérgica.
Si bien las emociones implicadas y que desencadenan la agresividad, son adaptativas, como el enfado que nos alerta de que algo va en contra de lo que queremos conseguir o de nuestros valores o necesidades, la expresión de la agresividad en forma de agresión es problemática y suele generar conflictos, daños relacionales o físicos, malestar emocional y consecuencias negativas para el deportista, tanto dentro como fuera de la competición.
La agresión es una respuesta conductual, una expresión desadaptativa de la agresividad. Es un comportamiento aprendido, influenciado por la intensidad de las emociones, el entorno y las experiencias previas. Como conducta podemos por tanto, prevenirla y modificarla.
¿Cuándo competimos somos más agresivos?
A menudo se confunde la agresividad con la intensidad, o la determinación en el juego. Quizá porque tienen en común un estado de gran energía y activación. La diferencia es cómo se canaliza y hacia dónde se dirige esa energía.
Durante el ejercicio físico y la competición necesitamos un nivel de activación que nos aporte la intensidad y energía necesaria para la competición. Por eso, relacionamos agresividad con un buen rendimiento deportivo, sin embargo, la activación puede venir también de la satisfacción por jugar y competir o del deseo de luchar y esforzarnos por conseguir un objetivo.
Para lograr esa activación, nuestro cerebro hace un montón de cosas, entre ellas liberar neurotransmisores y responder a las señales que va enviando el propio cuerpo.
Algunas de las sustancias químicas implicadas, son la dopamina y el cortisol que en niveles elevados son las sustancias químicas presentes y necesarias para la expresión de la agresividad.
- La dopamina es necesaria para competir porque está relacionada con la motivación, el disfrute, la recompensa y la búsqueda de metas y logros. Un exceso de dopamina también puede intensificar la impulsividad, aumentando la probabilidad de conductas agresivas.
- El cortisol se relaciona con el estrés, aporta mucha energía necesaria para hacer frente a la presión competitiva. Esta energía prepara también al cuerpo para la lucha o huida ante situaciones que interpretamos como peligrosas. Los niveles muy altos de cortisol pueden contribuir a la irritabilidad y que nos cueste regular las emociones.
Ya vemos que se produce una combinación bioquímica necesaria para activarnos y que facilita un alto rendimiento pero que a la vez puede predisponer a conductas más impulsivas y agresivas. Y el deporte, y especialmente los contextos competitivos, fomentan estados emocionales intensos que se convierten en situaciones de riesgo para la aparición de conductas agresivas si toda esa energía no se gestiona adecuadamente.
Por eso es tan importante trabajar con los deportistas para que sepan identificar su nivel de activación, sus emociones y aprendan a regularse y dirigir toda esa energía de forma funcional, en forma de intensidad y concentración en el juego y que no se desborde en comportamientos agresivos, hacia ellos mismos o hacia otros.
¿Qué hacer con la agresividad?
Si bien no siempre podemos evitar los momentos de frustración o intensidad emocional, hay estrategias para manejar la agresividad de forma adaptativa:
- Practicar técnicas de relajación y respiración o ejercicios de intensidad alta controlada que nos ayuden a regular nuestro nivel de activación.
- Entrenar nuestra córteza prefrontal que es la que actúa regulando la intensidad de nuestras emociones.
- Entrenar en identificar los desencadenantes de nuestras emociones, la emoción que está detrás de la agresividad y su intensidad.
- Entrenar otras conductas más adaptativas a las que dirigir nuestra energía, que sustituyan las conductas agresivas y permitan la expresión funcional de nuestra emoción y lo que necesitamos.
- Entrenar en el uso de autoinstrucciones que nos ayuden a reconducir la energía de forma controlada y adaptativa, antes de que se desborde.
- Entrenar en situaciones simuladas de estrés.
- Ponernos objetivos concretos que dependan de nosotros y en los que poder concentrarnos cuando detectemos factores externos que puedan actuar como desencadenantes de la agresividad.
- Entrenar en reinterpretar las situaciones desde distintos puntos de vista, desarrollando la capacidad de observar perspectivas menos amenazantes.
Para tu rendimiento deportivo y la competición, necesitas fuerza, energía, intensidad. Esto es posible manteniendo el respeto hacia uno mismo, los demás y el juego.
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