Decir qué pasó en un partido como el Valencia-Betis, primer partido en Mestalla después de la DANA y tras los emotivos actos de homenaje a las víctimas, es difícil. Una situación excepcional está claro que influye en el juego, aunque no podemos anticipar cómo va a afectar.
Un estado emocional muy intenso, ya sea estar muy muy triste o estar muy muy contento y eufórico, no es el mejor escenario para un buen desempeño. Demasiada intensidad emocional afectará al nivel de activación del jugador, elevando demasiado la activación o reduciéndola a mínimos, alejándola en cualquier caso del nivel óptimo de activación.
Estas situaciones excepcionales en el contexto que rodea al deportista y que generan también una sacudida interna, son lo que podemos llamar interferencias que restan al potencial del jugador y pueden llevar a un peor rendimiento.
Esto solo es el principio, después depende de la regulación que de estas emociones hagan los jugadores. Qué emociones tienen pero lo más importante, qué interpretación hacen de las mismas, qué significado le dan y qué hacen con ellas.
Y aquí es donde como vimos en el partido del Valencia tras la DANA, puede producirse un revulsivo emocional, una reacción común en el equipo y afición que empuja hacia un mismo propósito y actúa como un gran motivador.
Que esto se mantenga en el tiempo y pueda hacer cambiar la dinámica de un equipo, es algo que tampoco podemos anticipar y que depende de muchos otros factores.
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